El prior general, Nicolás de Francia, dejó una cuenta (1270) de su visita a la Orden. Nombrado por su autor The Fiery Arrow, de hecho es una acusación ardiente de la Orden. El alejarse del desierto, el cuenta, ha traído consecuencias desastrosas. Nicholas no se opone tanto a la predicación, escuchar confesiones y consejería como a la manera inepta en que este ministerio es llevado a cabo por los “hijastros” de la Orden. De dos en dos, deambulan por las calles, día y noche, no para ministrar a viudas y huérfanos, sino para coquetear con chicas tontas, beguinas, monjas y damas de alto rango. La regla prescribe celdas separadas, no contiguas. Las celdas separadas se han cambiado por una casa común. La contemplación es imposible en medio del ruido y la confusión. Los Carmelitas deben regresar al desierto. Sin duda, la imagen está un poco exagerada. La vida contemplativa aún sobrevivió en las casas más remotas. Todavía había “verdaderos hijos”, a quienes Nicholas llama para oponerse a los “hijastros”.