“Si el Carmelo tiene algo que decir al mundo contemporáneo, esto será acerca de la oración,” escribió el padre Carmelita John Welch en su libro El Camino Carmelita.
El primer grupo de ermitaños estableció en la tradición Carmelita la importancia de estar atentos a Dios. Ellos no llevaban las Escrituras en los libros, las llevaban en su mente y en su corazón. Esta tradición nos reta hoy en día a ser personas de oración en medio de todo lo que hacemos.
Como el profeta Elías, los Carmelitas tratamos de estar atentos a Dios, en la suave brisa que lleva el viento. Como María, tratamos de tener plena confianza en el amor de Dios que se hace presente a través de la contemplación.
Los Carmelitas no prescribimos o seguimos ninguna forma de oración en particular, más bien somos oyentes de la voz de quien nos creó y denos llama continuamente a vivir en su amor.
Te invitamos a leer (en la columna de la derecha) alguna de las reflexiones realizadas por varios Carmelitas respecto de algunos temas relacionados con la oración.
Belleza
La apreciación de la belleza
Años atrás yo solía tocar en un conjunto de cámara compuesto por dos flautas, un clavecín y un violonchelo. Nuestra especialidad era la música barroca, sobre todo Bach, Vivaldi, Handel y otros compositores de la época. Ahí aprendí algunas lecciones sobre la belleza.
En primer lugar, la música era hermosa cuando todos en el conjunto estaban de acuerdo, no sólo en la afinación sino en la relación entre nosotros, es decir, de trabar como equipo, sin tratar de ser solistas. Todo fluía cuando cada uno hacía su parte. En segundo lugar, la música era aún más hermosa cuando no sólo tocábamos lo que ya estaba escrito, sino cuando jugábamos adornando nuestras líneas o modificando el tempo. En tercer lugar, nuestro trabajo era bello cuando realmente “sentíamos” la pieza generando sentimientos exquisitos. En cuarto lugar, la experiencia estética era mayor cuando reconocíamos no sólo nuestro trabajo, sino que dábamos crédito al compositor. Sé que nunca me reuniré con Bach, Handel o Vivaldi, pero puedo decir mucho sobre cada uno a través de su música.
El paralelo entre esta belleza y la belleza divina es obvio. Raramente nosotros tenemos un acceso directo a Dios, pero si nuestras vidas están en armonía con las personas que nos rodean, con la naturaleza y, sobre todo, interiormente, nos damos cuenta que las partes de nuestra existencia están exquisitamente unidas.
Cuando vivimos en armonía, todos los acontecimientos de nuestras vidas tienen sentido y encajan; entonces empezamos a entender al compositor, e incluso a vislumbrar sus intenciones. Creo que vemos la belleza de Dios cuando nos esforzamos por vivir en armonía y paz con nuestro prójimo. Por lo tanto, vivir una vida espiritual es tratar de vivir una vida armoniosa.
La única manera en la que San Juan de la Cruz pudo escribir su “Oración a la Belleza” fue no en el egocentrismo, ni siquiera en enfocarse en los demás, sino en la totalidad de la vida, ahí donde armonizó consigo mismo y con los demás al mismo tiempo. Cuando nos encontramos con esta armonía, ese total-centrismo como forma de vida, podemos oír, respirar, tocar y caminar en la belleza.
Centralidad
TLa centralidad en Jesucristo, la Palabra hecha carne
Cuando el grupo fundador de ermitaños pidieron a Alberto, Patriarca de Jerusalén, el crear una regla de vida para ellos, consideraron la importancia de tener a Cristo como centro de su carisma. En la introducción a la Regla, los Carmelitas reciben la indicación de seguir las huellas de Jesucristo. El resto del artículo explica cómo el Carmelita está llamado a vivir esta vida centrada en Cristo.
Dado que la Regla de vida fue escrita en la época de las Cruzadas, es innegable que ésta refleja una espiritualidad de batalla, una espiritualidad que se funda en la pasión de Cristo. Sólo a través del combate espiritual, a imitación de los que sufrieron y fueron crucificados como Cristo, pudo ser recuperada la Tierra Santa. Por lo tanto, este combate espiritual implicaría aspectos de la ascética cristiana: la pobreza, la penitencia, el silencio, la soledad, y sobre todo meditar en la ley del Señor. Sólo así, a través de este combate espiritual, el Carmelita se transformaría en Cristo. A lo largo de su historia, los santos de la Orden del Carmen, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz y Santa Teresa de Lisieux dan testimonio de este aspecto de batalla espiritual, puesto que han centrado en su vida y escritos la imitación fiel a Cristo, sobre todo en su pasión y muerte.
Hoy, los Carmelitas aún tenemos el reto de seguir las huellas de Jesucristo y de imitar su sufrimiento y muerte con el fin de reconquistar la tierra santificada por Él. Pero la “tierra” no es ya un simple espacio en el planeta, ahora es toda la tierra y todos sus habitantes, muchos de los cuales son marginados y víctimas de la violencia y la injusticia. Los Carmelitas hoy queremos imitar a Cristo al llevar a cabo la misión de hacer que el Reino de Dios, de paz y justicia, se transforme en una realidad para todos los pueblos, especialmente de los “más pequeños de nuestros hermanos y hermanas.”
Pero para llevar a cabo esta misión de Cristo, los Carmelitas de hoy debemos seguirlo en su sufrimiento y muerte, como ya otros hermanos y hermanas en el Carmelo, santos y místicos nos han mostrado. Como el mismo Cristo, debemos abandonarnos en la voluntad de Dios para que podamos ser llenados con el Espíritu que unge continuamente nuevos profetas para que el Reino de Dios sea una realidad en nuestro mundo.
Comunión
Comunión de Amor
Sta. Teresita del Niño Jesús, una de nuestras estrellas más brillantes, aprendió a través de una intensa búsqueda de muchos sueños y de escuchar profundamente a Dios que su “vocación, en el corazón de la Iglesia, es el Amor”.
Como carmelita, he realizado muchas cosas, las cuales me han definido. Con frecuencia trabajo desde mi propia energía, percepciones y recursos. Sin embargo, entre más escucho a Dios, más me doy cuenta qué tan amados somos y cómo esa experiencia del amor de Dios nos da energía y enfoque a todo lo que hacemos.
Una vez que la gracia abarca esa profunda experiencia del amor incondicional de Dios, lo cambia todo y trae entereza, humildad y generosidad de vida. Este era la percepción de Juan de la Cruz y Teresa de Ávila: el amor que viene de Dios es aquel que no se busca a sí mismo, que trasciende al yo-mismo, que nos lleva a través de las noches oscuras de purificación y momentos íntimos de éxtasis porque es Dios quien habla y quien abraza –comunicándose con nosotros– y en nosotros, con otros.
En momentos de duda, miedo o reto, esta experiencia orante calmó mi espíritu, ayudándome a conocer que no estoy solo o simplemente cargado por mis propios sueños y necesidades mesiánicas – “no se trata de mí” – se trata de que Dios nos ama.
El Carmelo es una experiencia de un encuentro con Dios en el jardín, en donde Dios creó un suelo fértil de intimidad, energía y vida para nosotros y con nosotros. Es verdaderamente el amor que nos define en la imagen divina y es la chispa divina la que energiza la vida, la comunidad y el ministerio.
Fe
Fe, una luz en la noche
Nuestra tradición carmelita habla de la oscuridad y el silencio en vez de la luz y la claridad como el lugar donde frecuentemente encontramos a Dios y la voluntad de Dios en nuestra vida.
Quizá una experiencia profunda de mi propia vida ayudará a descubrir este contraste. Me encontraba en mi quinto año como director de formación en Whitefriars Hall in Washington, DC, nuestra casa de estudios teológicos. Sentía un fuerte impulso para regresar a mi ministerio anterior – trabajar en un barrio. Había estado en ese trabajo por 25 años en Chicago y quería volver ahí.
Conforme el caos interior empeoraba, compartí mis sentimientos con un viejo amigo en quien confío. El problema era que estaba haciendo un trabajo muy importante como formador y todavía me quedaba otro año para terminar con el tiempo que se me había asignado. Aún así, la necesidad de trabajar con el pobre crecía más fuerte día a día.
Después de conversar por un rato, mi amigo dijo que no debería buscar una respuesta, sino únicamente descansar en la presencia del Señor en oración silenciosa. Hice como me dijo y después de algunos días una sorpresa total se despertó en mi consciencia. Lentamente me di cuenta de que en realidad nunca me había dado el tiempo para llorar mi desplazamiento de Chicago, una conmoción en mi vida después de 25 años de un compromiso intenso. Además, era mi casa. Gradualmente se hizo claro que tenía que dejar ir a Chicago porque mi deseo de trabajar con los pobres se concentraba todo ahí. Trabajé en esto.
Un mes después, mi Provincial vino a preguntarme si aceptaría ir a un barrio de Los Ángeles. Estoy muy seguro de que no hubiera estado tan decidido a decir que sí si no hubiera dejado ir mi experiencia de Chicago.
La oscuridad se hizo luz y la confusión claridad, no por huir de ella, sino por entrar en ella con apertura y silencio. Dios lentamente trajo la luz y la claridad y he estado en Los Ángeles desde entonces.
Ha sido un caminar maravilloso y bendecido por el Señor.
Oración
Oración y Contemplación
Nuestros grandes santos fueron hombres y mujeres de oración profunda. Los carmelitas contemporáneos emulan a estos grandes contemplativos (Sn. Juan de la Cruz, Sta. Teresa de Ávila, Sta. Teresita del Niño Jesús) con su fidelidad a la oración y al silencio que permite que se escuche la voz de Dios. El grano para el molino es la Palabra de Dios. El corazón que escucha, escucha la Palabra, reflexiona sobre ella y se abre a los deseos de Dios, como hizo María, la Madre del Carmelo.
El deseo en cada uno de nuestros corazones es por Dios. Los carmelitas saben esto e intentan ayudar a otros en su peregrinaje. Los eventos más simples en la vida y los más profundos se convierten en momentos de Dios cuando escuchamos su voz.
Cuando la presión existe o la tragedia llega, cuando el coraje invade y distrae la paz, o cuando las preguntas agonizantes confunden, es cuando Dios parece estar “a la espera.” Los carmelitas se vuelven a Dios en una escucha orante. ¿A dónde más podemos ir con todo el misterio, la frustración y los eventualidades de hoy?
Sabemos que debemos voltear hacia nuestro más profundo centro, buscar a Él quien es amor. El resultado: calma, paz y dirección. En tal silencio Dios habla y sabemos qué hacer y a dónde ir.
Presencia
La Presencia del Dios Vivo
“Tú nos has hecho para ti Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”.
Estas palabras de San Agustín hicieron eco en la mente y el corazón de algunos peregrinos y ermitaños provenientes de Europa, y que se establecieron en la tierra de Jesús y María hacia el año 1200. Estos hombres, que estaban en busca de una mayor conciencia y comprensión del Dios vivo, se convirtieron en los primeros carmelitas. Ellos imitaron al profeta Elías, viviendo en el Monte Carmelo.
Creyeron profundamente que Dios está siempre presente entre nosotros. Esta fue la idea básica que Jesús nos enseñó cuando estuvo entre nosotros. Los tesoros que Dios da a cada persona son entregados con un amor personal y eterno. Las palabras del Evangelio de San Juan (3,16) dan cuenta de ello: “Porque tanto amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él tenga vida eterna”.
Dios nos amó primero y sigue compartiendo ese amor con nosotros día a día y de muchas maneras. Dios está siempre con nosotros, cuidándonos, apoyándonos y atendiéndonos en todas nuestras necesidades, éste es el mensaje del Evangelio de Jesús. Como el mensaje del Evangelio se convirtió en lo más importante para los primeros Carmelitas, ellos se esforzaron por seguir los pasos de Jesús y seguir su ejemplo.
Por eso, los Carmelitas tenemos este ideal: no dejar de buscar a Dios para dar y pasar tiempo con Él (vacare Deo – es la frase latina tradicional que se usa para nombrar el proceso contemplativo del vaciamiento de lo inútil del interior, para llenarlo de Dios-), para estar con Dios y asumir el compromiso de seguir a Jesús, y por lo tanto “amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo lo que importa. “(Lucas 10, 27).
Este ideal nos anima e inspira todavía hasta el día de hoy. Esto nos abre un horizonte que llama, provoca, y nos desafía a tratar de vaciarnos de nosotros mismos para que podamos ser llenados por la presencia del Dios que nos creó, nos guía y nos habla hoy (Salmo 94).
Silencio
La Palabra de Dios y el Silencio
La Palabra de Dios es Jesucristo, revelado en la Biblia. Los carmelitas gravitamos en torno a la Biblia como el resumen de todo lo que Dios tiene que decirnos. No somos biblia-golpeadores. Escuchamos a la Iglesia docente, la teología y la doctrina espiritual como mediaciones y derivados de la Biblia. Pero siempre volvemos a las escrituras.
Los Carmelitas hemos tenido destacados biblistas, como Roland Murphy, O. Carm., recientemente fallecido (20 de julio, 2002) y a Christian Ceroke, O. Carm. (M. 06 de julio 1984), quienes influyeron en toda una generación de Carmelitas. La Biblia es nuestro libro.
Lo estudiamos en la escuela, lo enseñamos en las clases y homilías, rezamos el oficio de lecturas y la liturgia; meditan en ella “día y noche”, como dice nuestra Regla. Oramos con la antigua fórmula de la “Lectio Divina”, que es una forma de escuchar la Palabra de Dios y reflexionar sobre ella para abrirle nuestro corazón finalmente experimentarla. Es una manera de interpretar la Palabra de Dios para nuestras vidas y para descansar en la presencia divina. El reposo de Dios es el silencio. El silencio es la respuesta definitiva a la Palabra de Dios que genera una actitud permanente de escucha de la Palabra de Dios.
En pocas palabras, los Carmelitas nos dedicamos a la Palabra de Dios para asimilarla y comunicarla a los demás. Esta es “la oración y al ministerio de la palabra” que perteneció a los apóstoles en el Nuevo Testamento (Hechos 6. 4). El objetivo es nuestra propia transformación. Asumimos una mentalidad bíblica, nos “revestimos” de Cristo para nuestro propio bien y para los demás. Nuestra mejor predicación es lo que somos, no lo que decimos.
Nuestra identidad es recibida en silencio, y el silencio se llama contemplación. Contemplación sucede cuando la Palabra se ha apoderado de nosotros. También cultivamos esa divina presencia a través de la oración y el ministerio. Todo esto se resume en el lema carmelita “vacare Deo”. Vacare Deo significa estar ocupado con Dios, abandonarse en Dios, para experimentar la presencia silenciosa. Esta cualidad de la contemplación está con nosotros en todo lo que hacemos. Pero hay momentos especiales en cada día cuando nos apartamos y nos abandonamos en el Señor en la meditación, una actitud clave para la vida contemplativa y el ministerio.
Los Carmelitas somos ministros del Evangelio como los demás cristianos. Pero nuestro enfoque es el trabajo interno que hace que el trabajo externo rinda frutos. Somos hijos del profeta Elías y los hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo, pero nuestra identidad más profunda es estar en “la lealtad a Jesucristo.” (Regla, Prólogo). Nosotros pertenecemos a él tanto en nuestras.
Valor
El valor de la persona
A medida que las noticias nos dan a conocer situaciones tales como escándalos sexuales relacionados con la Iglesia, o sobre amenazas terroristas, o el tan difícil conflicto israelí-palestino, se hace más importante el empezar a cuestionar el valor de la persona humana. Cuestiones como esta pueden disponernos para defender el valor de la persona humana en la vida diaria como la única manera de llevar alivio a las situaciones que nos confrontan y nos confunden.
La vida Carmelita, y en general la vida religiosa, cree que la esencia de la oración, la comunidad y el ministerio están relacionadas entre sí. Y debido a esta relación, día tras día, el religioso ve a toda persona humana, cualquiera que sea su condición, digna de ser valorada.
Hay un viejo refrán en Texas acerca de un ganadero fanfarrón al cual le decían: “¡Tiene semejante sombrero, pero ningún ganado para arrear!” En nuestro contexto puede ser interpretado en el sentido de que necesitamos de la comunidad y de otras personas sólo para seguir sintiéndonos parte de la humanidad. Para eso se necesita un compromiso personal con el valor de toda persona, sin ello, nuestras relaciones no irán a ninguna parte.
Hace años, un Carmelita entrenador de baloncesto solía decir: “¡Ponte en el centro y salta!” ¿Qué valor podría tener esta frase para considerar la correcta expresión del valor de la persona humana cada día? Todo tiene un lugar en la comunidad, todos los eventos de la vida están conectados, y todos deben ser respetado, incluso esas situaciones que dan lugar a escándalos sexuales, ataques terroristas, drogadicción, la violencia doméstica, y todas esas cosas que denigran la ser humano y que generalmente tendemos a ignorar. Po lo tanto, esto significa que la persona que quiere comprometerse con el mensaje de nuestro carisma, debe estar dispuesta a “ponerse en el centro y saltar” para llevar a su pueblo al Reino de Dios.